Donald Trump, aunque no es comparable a Lawrence de Arabia, parece convencido de poseer una visión similar para rediseñar Oriente Medio. Sumido en su ambición mesiánica, su nuevo periplo por la región, que incluye paradas en Riad, Doha y Abu Dabi, refleja su intención de influir sobre la política y economía de la zona desde una perspectiva estadounidense. No se puede pasar por alto que su primer destino en el exterior durante su mandato anterior fue Arabia Saudí, lo que subraya la importancia estratégica que otorga a esta nación y al resto del Consejo de Cooperación del Golfo. La visita, por tanto, no llega sin un trasfondo de intereses personales, especialmente ante la reciente aceptación de un lujoso Boeing 747 por parte de Catar, que subraya la fusión entre su agenda empresarial y política.
Las posibilidades de que esta gira produzca resultados concretos son difíciles de anticipar debido a la naturaleza volátil y cambiante de Trump. Sin embargo, es evidente que su agenda empresarial prioritaria ya está marcando la pauta del viaje. Mientras las inversiones saudíes y emiratíes en Estados Unidos se han anunciado como un punto central, Trump podría ofrecer eliminar los aranceles de importación y facilitar el comercio como parte de un trato más amplio. El arma de presión que tiene es la venta de armamento a estas naciones, que enfrentan el temor de dejar de lado a Washington en favor de nuevos socios como China y Rusia, lo que a la vez sirve como vía para mantener una influencia sobre ellos.
En el plano político, el potencial acuerdo de defensa con Arabia Saudí, que incluiría garantías de seguridad y asistencia en un futuro programa nuclear, se convierte en un punto de mayor interés. Sin embargo, el dilema radica en cómo este acuerdo se articulará sin que implique una normalización de las relaciones entre Riad y Tel Aviv, especialmente en un contexto regional que vive tensiones crecientes y conflictos abiertos. La relación entre el fortalecimiento del poder militar saudí y su posible capacidad para enriquecer uranio, que es objetiva para Irán, está en la balanza y podría ser un motivo de conflicto internacional en el futuro cercano.
El viaje también ha incorporado la dimensión regional al involucrar a líderes como el presidente libanés, Joseph Aoun, y el presidente sirio, Ahmed al Sharaa. Para el Líbano, el apoyo de Estados Unidos es vital para evitar un colapso total, buscando nueva fuente de financiamiento frente a un Israel agresivo. Siria, por su parte, busca obtener un reconocimiento internacional y la eliminación de sanciones, lo que podría llevar a un entendimiento más amplio si se presenta como un socio cooperativo en contraposición a la presión militar de Washington. La negociación también podría ser un signo de que Estados Unidos está considerando un enfoque menos militarizado en la región.
Finalmente, la situación palestina es quizás el mayor enigma que enfrenta Trump en este viaje. Las especulaciones sobre un eventual reconocimiento de un Estado palestino podrían traer consigo grandes sorpresas, aunque este reconocimiento político siempre será un camino escabroso. Washington, por su parte, ha mostrado indicios de abrir diálogos con grupos como Hamás y los hutíes yemeníes, lo que podría poner a Netanyahu en una posición defensiva. La complejidad de estos temas, sumada a la frágil seguridad de Oriente Medio, pone de manifiesto que las expectativas de que Trump pueda ser un arquitecto eficaz de la paz regional pueden ser demasiado optimistas.