En el vertiginoso mundo de los pagos digitales, mientras más de 160 millones de brasileños utilizan Pix para realizar transferencias instantáneas y en India el sistema UPI gestiona más de 11 mil millones de transacciones mensuales, Chile parece permanecer estancado en el tiempo. A pesar de contar con la infraestructura y la tecnología necesarias para implementar un sistema de pagos interoperables e inmediatos, en el país aún persiste una discusión que parece sacada de un futuro utópico. Con comparativas de éxito en otros países de la región como Colombia con su B-BRE o Argentina con Transferencias 3.0, la pregunta crítica surge: ¿por qué Chile no avanza en la adopción de un sistema que ya debería ser cotidiano?
Para entender el verdadero significado de un pago interoperable inmediato, es fundamental ahondar en su definición. Este no se limita a un simple traslado de fondos entre cuentas; involucra un proceso completo que abarca desde la inicialización del pago por algún medio moderno como QR o NFC, hasta la liquidación inmediata y la trazabilidad de las transacciones. Asimismo, debe incluir características como la capacidad de devolución y tener un esquema tarifario competitivo. Sin embargo, muchos de los sistemas actuales en Chile se asemejan más a soluciones cerradas que a un verdadero ecosistema financiero interoperable, lo que incomoda a consumidores y comerciantes por igual.
A pesar de que el carácter técnico no es el principal obstáculo para la implementación de estos sistemas en Chile, la resistencia cultural y del mercado es palpable. Las experiencias frustrantes de otras iniciativas que han surgido y desaparecido, como CencoPay y Copec Pay, evidencian una ausencia de interés en desarrollar sistemas que trabajen de manera abierta. La preferencia por mantener a los usuarios dentro de un circuito cerrado ha generado fricciones innecesarias, donde el cambio de billetera o proveedor es una travesía complicada, lo que no solo limita la comodidad del usuario sino también actúa como freno para la innovación en el sector.
En un entorno donde las pequeñas y medianas empresas continúan lidiando con un mosaico confuso de soluciones de pago, la situación actual tiene un costo tantо económico como social. Imaginemos a Daniela, dueña de una pyme, que enfrenta cada día la complicación de coordinar distintos métodos de pago. Este escenario no solo es ineficiente, sino que también limita el potencial de crecimiento y la inclusión financiera. La contradicción es notable: mientras otros países han logrado una integración efectiva y ágil en sus sistemas de pago, Chile se queda atrás con un sistema fragmentado que impide que pequeños comerciantes como Daniela prosperen.
La propuesta es clara: construir una infraestructura de pagos interoperables en Chile que funcione en base a la colaboración y la apertura. Imaginemos un sistema donde cualquier usuario puede realizar su pago de forma sencilla, sin importar la billetera digital que utilice. Esto puede traducirse en una mayor inclusión y en la reducción de costos para los comerciantes, quienes no solo verían una mejora en la liquidación de fondos, sino también en la experiencia del cliente. Este cambio no es solo una mejora en la operativa; es una decisión estratégica que ofrece una oportunidad dorada para que Chile avance hacia un sistema financiero más equitativo y eficiente. La tecnología ya existe. Solo se necesita la voluntad para dar el paso definitivo.